viernes, 2 de agosto de 2013

El "ere" que me lanzó al abismo. Parte I.

Al final, dada la marcha actual de la economía y política de este país, las formas y educación de las personas que lo habitan y la proyección de futuro a la que uno puede aspirar sumando todo lo anterior, da un resultado claro: si quiero que mis hijos tengan un futuro digno, lo mejor será emigrar, ahora que puedo.

Sumo treinta y cinco años largos, estudios medios, casado, sin hijos aún. No me encuentro en situación de paro. O bien me las he sabido arreglar como para no estar parado más de tres o cuatro meses, o bien he tenido suerte, pero soy de esa inmensa mayoría de españoles que está "hasta las narices" de la corrupción, los recortes y la pobre proyección de futuro que tenemos en este país.

Sé que "en todos lados cuecen habas", que "no es oro todo lo que reluce" y un montón de típicas y tópicas frases más, pero aún así, ha llegado el momento de decir: ¡Basta!, no puedo más. Nos vamos al carajo.

Que no se diga que no lo he intentado.

A finales del año dosmil ocho, como muchos otros, la empresa en la que trabajaba hizo un "ere" y me fuí a la calle. Tras un par de meses en busca de un nuevo trabajo, cosa que se me antojó imposible en el primer "zarpazo" de la crisis, me ví obligado a volver a la tierra que me vío independizarme lejos de ella. A casa de papá.

La casa donde crecí, está situada en un pequeño pueblo, en una localidad costera del noreste de España. Durante nueve meses al año no hay grandes probabilidades de encontrar trabajo. El periodo estival, la cosa mejora considerablemente por la afluencia de veraneantes, pero ese año no iba a ser el mejor para el turismo... Calles que años anteriores estaban abarrotadas, por aquel entonces se iban a ver medio vacías. Las terrazas de los bares, desangeladas, todo a medio gas. La contratación por los suelos, el consumo en caída libre...

Mi regreso se produjo a finales de enero, no pensaba esperar a que llegara el verano, ni mucho menos probar suerte en la hostelería, uno de los pocos sectores por aquella zona que solía tener un crecimiento espectacular durante los meses de verano, de modo que, tras varios días dando vueltas a la cabeza, planteándome como salir adelante, obtuve como resultado la idea que llevaba años esperando. Una semilla que, tras mucho regarla, comenzaría a florecer y me llevaría a ser mi propio jefe.

Decidido a sacar adelante mi proyecto, tras mucho desarrollarlo, planificar y buscar la innovación, comencé a trabajar por cuenta propia, en "b", ya que mis ingresos no daban como para poner el proyecto en "situación de legalidad". Las trabas burocráticas y legales frenaron en seco esa posibilidad. Acudí a bancos para contarles el proyecto. A la administracíon. Busqué inversores privados... lo único que obtuve, fue la sensación de subirme a un escenario y ponerme a contar chistes. Los contaba muy bien, ya que recibí un montón de felicitaciones y halagos, pero ni un céntimo en cuanto a ayudas.

Quiero pensar que, fruto de mi esfuerzo y buen hacer, los clientes llovían. Pocos meses después de comenzar mi actividad, anunciándome en carteles hechos por mí y bombardeando internet de mi oferta de servicios, me vi obligado a buscar ayuda para poder atender a todos mis clientes.
Durante más de dos años trabajé hasta veinte horas al día. Estuve pendiente del teléfono que no dejaba de sonar, de emails que no dejaban de llegar, hasta que me dí cuenta, que aquel pueblo y sus alrededores, se quedaban muy pequeños para lo enorme del proyecto, y empecé a soñar con poder volver a Barcelona.
Progresivamente fuí reduciendo clientela, dejé de aceptar nuevos trabajos hasta quedar libre de servicio, calculándolo para reunir el dinero necesario y poder mudarme sin dejar a nadie "tirado". Era cosa promordial conseguir trabajo primero, cosa que no era fácil, pero más de tres años después de mi llegada, un accidente de moto precipitó mi regreso "a casa".

La rotura del gemelo de mi pierna izquierda me obligó a quedarme en casa, tiempo que aproveché para enviar más de trecientos currículums en menos de veinticuatro horas a empresas de Barcelona. Dos días después del "bombardeo selectivo" de empresas para discapacitados, grupo en el que estoy incluído, recibí una llamada para una entrevista, que si salía bien, facilitaría mi regreso a lo que, a día de hoy, considero mi casa.
La entrevista salío bien. Me ofrecían comenzar el curso de formación al día siguiente y, como había traído suficiente ropa, acepté. Nada tenía que ver con mi formación, ni con la actividad que había realizando los últimos años, donde me sentía cómodo y seguro, pero habría tiempo para retomar mi proyecto de empresa, con una clientela potencial de más de dos millones de personas.

Tras más de veinte días, en los que ninguno de los que estábamos haciendo la formación cobró un céntimo, nos consideraban preparados para incorporarnos a la plantilla, aunque el momento de firmar el contrato no iba a llegar. La empresa nos contó una historia fantástica sobre desfalcos y robos en otra delegación, en concreto de la Sevilla, como introducción a lo que iba a ser nuestro "no-despido" ya que nunca llegamos a firmar.

Durante casi un mes no había hecho otra cosa que gastar de mis ahorros, sin enviar más currículums, sin buscar ingresos, sin anunciarme para retomar mi proyecto. Estaba prácticamente sin un céntimo en mi cuenta. No había tiempo para el pánico. Hice un centenar de carteles. Envié decenas de currículums y pedí ayuda a mi familia, petición que por suerte, fué atendida, lo que prolongó mi periodo de estancia.

Me hice a la idea de que se avecinaban meses difíciles, que iba a pasar hambre como la primera vez que vine a Barcelona, también sin trabajo, aunque por aquel año dosmil uno, la situación económica estaba en plena subida y sólo necesité un puñado de días para encontrar empleo.

Tardé casi tres meses en volver a trabajar de forma seria. Picoteé en empresas de dudosa legalidad, perdí el tiempo con ellas... Por ejemplo: haciendo contratos para Iberdrola... donde comprobé que no sirvo para estafar a las personas, ni aprovecharme de aquellos que tienen un nivel cultural más bajo. Como comercial para un canal local de televisión, ofreciendo publicidad, con una ínfima calidad de servicio, sin seriedad, ni compromiso por parte de la productora que hacía los anuncios. Hice varias entrevistas, todas ellas con empresas que, o rayaban la esclavitud o la ilegalidad... hasta que un día, en el barcelonés barrio de El Borne, una empresa de servicios, donde había trabajado en años anteriores, reclamó mi regreso.



 




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